Italia.
Ese encantador país, donde se encuentran sembradas las bases de la
cultura occidental, lleno de encantadores paisajes y exquisiteces
culinarias. ¿Quién no soñaría con ir a ese hermoso país a pedir
la mano de su pareja y quién en su sano juicio no desearía que en
ese lugar no le fuera pedida la mano en matrimonio?
¡Oh Italia! Si todos los días tus cielos estuvieran así de claros.
Soy
un tipo algo chapado a la antigua e influenciado por los cánones de
romanticismo popularizados por Hollywood y es por eso que cuando
decidí recorrer Europa con mi novia en el año 2013, pensé que no
podía haber mejor set-up
para una pedida de mano que una de las escalas de dicho viaje. Mi
novia se encontraba ese año estudiando inglés en Dublín, Irlanda,
mientras yo estaba trabajando en Venezuela reuniendo de a poco para
activar mis planes migratorios, así que me comuniqué con Daniela —su hermana— que se encontraba también allá en Dublín para decirle
que le enviaría un regalo a Mary pero como era en calidad de
sorpresa, debía esconderlo hasta que yo llegara allá para que me lo
entregara y así yo pudiera dárselo a su hermana en el momento
correcto.
Y
fue entonces como compré un anillo de plata con 3 pequeños
diamantes de 0.4 carats por Amazon —muy romántico, lo se— y lo envié
a casa de Daniela, esperando tener la suerte de que llegara antes que
yo y pudiera poner en acción el plan.
Tres
semanas después de esto, emprendí mi viaje con la expectativa del
momento planificado en mi cabeza y la incertidumbre por la llegada
del anillo a Dublín, que hasta el momento de mi abordaje no había
tenido noticias de él.
Por
suerte, y gracias a un largo viaje de casi 24 horas, al momento de
llegar a Dublín, ser recibido por Mary y llevado hasta casa de
Daniela, donde nos hospedaríamos durante este viaje, hubo el tiempo
suficiente para que durante mi travesía de Venezuela a Irlanda, el
anillo llegase en su para nada discreta caja roja y fuera escondido
por Daniela en su casa, no sin antes haber delatado mis intenciones.
Un paseo rápido por Dublín, antes de partir al viaje.
Y
así, con anillo escondido en equipaje arrancamos en nuestra gira por
varios países europeos: Escocia, Inglaterra, Italia, Francia y
España, para volver a Irlanda. Con Italia y más precisamente, Roma
en foco, donde pretendía poner en marcha el plan de pedirle la mano
porque era la ciudad que más le emocionaba y entusiasmaba conocer en
el viaje y la asociaba como la meca del romanticismo y aparte tenía un vago recuerdo que era su ciudad favorita, o eso pensaba. Lo que no esperaba era el plan que Italia
tenía para mi propuesta.
Todo
empezó en el momento que llegamos a Roma retrasados, luego de perder
el avión de Ryanair en Londres y pagar una multa de unos USD 150 per cápita por
penalización y cambio de horario (Consejo: si viajan por Europa con
Ryanair o alguna otra aerolínea de bajo costo, recuerden llegar a
tiempo a los aeropuertos y tengan en consideración que los vuelos
salen desde terminales secundarias que normalmente quedan a horas de
las ciudades que se visitan).
Al
llegar a la ciudad desde Ciampino, en otoño a las 12 AM, por
supuesto no encontramos a nuestra anfitriona en el hostal, quien
pensaba que llegaríamos al día siguiente, dado que no nos
comunicamos más por falta de acceso a internet. Gracias a la línea
telefónica irlandesa de Mary, pudimos localizar a Sandra —una chica
camerunesa radicada en Italia desde muy temprana edad—, quien nos
buscó en la puerta del hostal y nos permitió entrar a dejar nuestro
equipaje en la habitación que deseáramos de 3 de las 4 de las que
disponía el pequeño hostal. Al terminar de descargar en la
habitación y luego de notar nuestros rostros de hambre y cansancio,
Sandra se compadeció y nos invitó a su casa a comer lo que le quedó
de unas pastas con camarones que había preparado para unos amigos
que había cenado más temprano en su casa, a unas cuadras del
hostal. No se si sería por el hambre o por el sabor tropical de
Sandra, pero mientras ella nos contaba sobre su vida y cómo llegó a
Italia, degusté la mejor pasta con camarones que había probado en
mi vida.
Un lluvioso otoño en Roma.
De
los 3 días que estuvimos en Italia, 2 los tomamos para hacer turismo
entre frío otoñal, calor y lluvias y el último día, lo dediqué a
poner el
cambio
de
planes
en acción desde temprano, dado que durante los primeros
dos días, Mary se enteró que podríamos conocer Florencia gracias a
un
viaje de ida y vuelta en
tren.
Así
que compré los boletos, tomé la cajita con el anillo, la coloqué
en mi bolsillo y salimos rumbo a Florencia con la idea de cambiar el
Trastevere
en Roma por il
Ponte Vecchio
en la cuna del Renacimiento, como escenario para la romántica
declaración.
Tú, yo, el Ponte Vecchio, ¿qué me dices nena?
Pero
la cosa no fue así. Y es que en Florencia estaba lloviendo y el
paseo por los lugares más emblemáticos de la ciudad se vio
retrasado por el temporal. En
consecuencia, también se retrasó la hora de almuerzo, del postre y
de la pedida de mano frente a Ponte
Vecchio y
por supuesto, hubo que tragarse
la pizza y el helado y
salir corriendo de vuelta a la estación bajo
la lluvia
porque perderíamos el
tren y nos quedaríamos varados.
Y
con unos cuantos litros de agua encima de la ropa, y ésta pegada al
cuerpo, el bulto que hacía la cajita en el pantalón de Guillermo se
hacía más que evidente y llamaba la atención de la siempre
despistada Mary.
La Plaza del Pueblo. ¿Quién lo diría?
Una
vez de vuelta en Roma, no me quedó de otra que ante la inminente
caída de la noche y el cierre de muchos locales de ese 15 de
noviembre, apresurarme en llegar al Trastevere,
cenar
y aprovechar para pedirle la mano. Pero en nuestro andar hacia el
famoso barrio, Mary se empezó a ver afectada por el hambre, lo que
le provocó un malestar general y una pequeña descompensación que
nos obligó a resignarnos a cenar en un pequeño restaurante/café al
lado de las basílicas gemelas en La
Piazza del Popolo (tan
cerca y a la vez tan lejos) y con la venida de la lluvia a Roma —como
que al tiempo le pareció gracioso que ese día debía llover en las
horas más inapropiadas—, y ante el cansancio de la aventura del día,
Mary no quería seguir caminando más hasta el barrio al otro lado
del río Tíber, combatí la desazón que me producía todo el
desastre en el programa y ahí, en medio de la plaza saqué la caja
del anillo y le hice la propuesta, bajo la llovizna que empezaba a
caer sobre la ciudad, convirtiéndose la Plaza del Pueblo de Roma, el
lugar destinado por los dioses para realizar la declaración, que fue
respondida con un efusivo sí, seguido de un largo abrazo y un beso.
Arancini y chocolate caliente. ¡Qué mejor combinación para una cena romántica!
Y
el resto, señores, es historia…
Ah
sí, y luego, al día siguiente cuando tomamos nuestro vuelo a la ciudad
de París, Mary me confesó que ésa, y no Florencia (ni Roma), como yo pensaba, era la ciudad de
sus sueños.
AAAWWWWW que historia tan linda! Yo no sabia esto <3
ResponderEliminarLinda, pero costó trabajo llegar a lo que quería. Jajajaja. De cualquier manera, es linda porque se logró el objetivo y se obtuvo el sí que era todo lo que quería.
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