Cuentos de camino viejo - Parte III

Tampoco es que yo sea la Virgen María. Pero imagino que ser sorprendido con la noticia de ser padre sin haber concebido, es lo más cercano a esta imagen.

En mis dos relatos anteriores, les contaba acerca de cómo recibí la hermosa noticia de que iba a ser padre, y las reflexiones que la buena nueva me generó. Dichas reflexiones me sirvieron en lo personal para fortalecerme ante el nuevo reto que decidí asumir. Como recordarán, en la de “el tren de la vida”, del relato anterior, tuve que bajarme y tomar uno nuevo y desconocido para mí. Siendo breve, les diré que hubo dos puntos en los que me di cuenta que esta nueva situación tuvo más impacto: 1) me ayudó a entender la vida desde la perspectiva de una nueva realidad; y 2) me hizo comprender que es importante que las personas que te acompañen en esta decisión –aunque no se queden para siempre, como veremos en los posteriores relatos–, deben ser las indicadas para apoyarte. Criticar siempre es fácil, más aún para aquellas personas que no están enteradas de las circunstancias que rodean a la situación. Y una vez dicho esto, retomo mi narración.


Un 5 de Enero, la madre de mi hijo me llamó. Estaba teniendo contracciones, y me fui corriendo al hospital. Por esas fechas, todo en Venezuela parece un desierto, debido a que la gente aún está celebrando –o reponiéndose de– las fiestas. Así que, en este contexto, llegué muy rápido a la maternidad de La Guaira, la cual, a pesar de ser las 6 P.M., se encontraba casi vacía. Yo estaba más solo que el número uno (1), y por supuesto, como todo padre primerizo, no estaba pendiente de llevarles mucha ropa ni a la madre, ni al niño, en mi afán por llegar rápido a verlos; sin embargo, tuve suerte de que la madrina de mi hijo llegó al rato y les llevó una ropita, lo cual fue de muchísima ayuda.


Y así me encontraba, agitado y sin tener mucha idea de que iba a pasar ahora, cuando una enfermera salió del quirófano preguntando por el padre de un niño varón, hijo de XXXX. Los nervios me llevaron a levantar la mano, gesto que carecía de todo sentido al ser yo el único ser humano que se encontraba en la sala de espera en ese momento. La enfermera fue comprensiva con mi situación, y simplemente me llevó al retén a ver a mi pequeño bebe. Honestamente, no sabría cómo explicar esa sensación tan inigualable. Las palabras son escasas y palidecen ante la realidad de haberlo visto allí con un dedito en la boca, tan frágil, tan sublime, que el corazón se me puso chiquito de tanto amor. Me quedé atónito, transportado, viendo a mi pequeño Tunga (un apodo que le puse por cantarle canciones de cuna), en ese primer instante de su vida. Después llegó la enfermera a explotarme mi burbuja de embeleso, para decirme que ya era hora de retirarme, lo cual hice con algo de melancolía, y me despedí de mi hijo… de momento.
Ese primer momento con tu hijo recién nacido, sea viéndolo en un retén o sosteniéndolo después de nacido, es uno de los sentimientos más sublimes.

Ese día salí del hospital aproximadamente a las 12 de la noche. Hubo algunos percances y me tocó llenar algunos papeles de rutina del hospital. Lo bueno fue que al finalizar, me dijeron que los padres podían asistir a la visita a partir de las 11 de la mañana; pero que ese día habían hecho una excepción conmigo para que pudiera verlo a pesar de que el niño había nacido al anochecer, porque yo era el único padre que estaba a esa hora. Así que dentro de todo, había tenido bastante suerte. Y salí del hospital tarde, pero feliz, y tomé las llaves de la casa de la madre de mi hijo, y allá me quedé esa noche. Aunque la verdad, no dormí casi nada debido a la emoción.


Hago un paréntesis en la historia para introducirme un poco en el tema de quién es la madre de mi hijo. Nos conocimos hace muchos años, cuando éramos niños. Antes incluso de que yo supiera que era gay. Fue la primera chica que besé, a los 10 años. Y a esa tierna edad, ella me juró que si tenía un hijo, sería conmigo. O al menos sería el padrino. Acá en Venezuela decimos: “cuidado si pasa un ángel y dice amén”. Y creo que en ese momento, tantos años atrás, sí pasó un ángel cuando ella pronunció esas palabras.


Tiempo después de aquel encuentro, yo me fui de mi pueblo con miras a cumplir el “sueño americano caraqueño”. La típica historia de que en la capital te irá mejor, allá te superarás… bueno, mi madre se creyó esa historia y nos vinimos a Caracas. Conseguimos casa en un sector popular, yo empecé a estudiar en un liceo cercano a casa, y fue allí donde conocí a mi ex pareja.

Siempre en contacto.

A pesar de mi mudanza a la capital, mi relación con la mamá de mi hijo se mantuvo fuerte, deviniendo en una sólida amistad. Incluso, llegué a confesarle que tenía una pareja masculina con quién me sentía muy bien y muy feliz; y ella lo tomó de manera muy natural. Hasta me felicitó, cuando yo tenía temor de que la noticia, por el contrario, generaría un quiebre en nuestra relación. Pero mi confesión no hizo sino reforzar el lazo, y con el tiempo, yo llegué a ser su confidente, tanto como ella era la mía. Ella sabía todo lo que me pasaba con mi ex, y yo sabía todo lo que a ella le ocurría con su pareja, el cual daba muestras de ser un hombre nocivo para ella. Y al final, probó serlo, abandonándola más adelante con un hijo menor de un año y con otro en camino. Aparte, la madre de mi hijo se encontraba rodeada de situaciones personales, sociales y económicas que dificultaban mucho que ella pudiera hacerse cargo del peso que había recaído en ella ahora que su marido no estaba para medio ayudarla.


Fue así como, llena de dolor y lágrimas, mi querida amiga me llamó para contarme su pena. Yo la escuché atentamente, y en medio de mi cólera ante lo que le había sucedido, le dije, al más puro estilo venezolano –que mejor no repito para no asustarlos con mi lenguaje–, que cuando viera a ese hombre lo iba a reventar a palos. Y que a ese niño no le iba a faltar un padre, porque de ser necesario, yo me ofrecía a hacerlo. Si bien dije esas palabras tomado por la ira del momento, sé que las dije a la ligera, sin fijarme en el reto que luego me plantearían. Cuando más tarde, reaccioné, voy a decir con toda honestidad que me asusté. Acababa de ofrecerme a ser padre de un niño que no era mío.


Hay decisiones que, como dice mi querido amigo Guille, es con el tiempo que se ven sus consecuencias. El resultado de mis palabras, y de la decisión que tomé al pronunciarlas, fue que terminé siendo padre. Y fue también aquí en donde comenzó para mí una guerra en la cual no hubo ganadores ni perdedores, pero sí una gran cantidad de sentimientos heridos, que ya les iré explicando en la próxima entrega, en la cual, mis queridos amigos, entraremos en la encrucijada más grande de mi vida, ¡ser padre gay de un niño en crecimiento!


Hasta una próxima entrega.

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