Cuentos de camino viejo - Parte II

En la primera parte de mi historia, les pregunté si en algún momento les había ocurrido algo inesperado, y cómo lo habían asumido. Y por supuesto, si ese evento les llegó a cambiar de una manera radical, la forma en la que veían su vida. Supongo –y espero– que a muchos le habrán hecho ruido las preguntas. Otros, quizá aún no las hayan logrado contestar. Lo cierto, es que las decisiones son acciones que por lo general, no son reversibles; y casi siempre tienen algún efecto. A veces es mínimo, pero en ocasiones, el impacto de estas decisiones en nuestra vida puede ser enorme. Con esto cierro la reflexión anterior y retomo mi cuento de camino viejo.
Ciertas decisiones en la vida nos pueden causar penas. Pero todos los impactos causados traen consigo algún aprendizaje.

Continuando con mi historia, les cuento que estaba súper aterrado de ser padre. Mi carrera, mis estudios, mi vida social, mi ruptura con mi última pareja, los problemas económicos, y un sinfín más de obstáculos y sentimientos encontrados colapsaron mi mente. Aunque seré honesto, mi corazón tenía una rumba (fiesta) por dentro; pero mi mente y mi capacidad de raciocinio me dijeron: «¡Aterriza Hegel, que la decisión que has tomado va ser radical!». Recuerdo que ese día me senté en un banco de una plaza que no recuerdo su nombre, me llevé las manos a la cara, y me dije: «¿Qué voy hacer?». Y luego, apareció esa pequeña y familiar voz interna que me dijo, «Haz lo que siempre has hecho: luchar y asumir tus retos». Como es natural, le respondí a esa voz que tenía mucho miedo. Pero la misma me respondió: «Tener miedo es normal, solo asume el reto y verás la naturalidad con la que se dará». Me sonreí para mis adentros porque ya tenía la respuesta. Ahora tenía que materializarla. Así que lo primero que hice fue llamar a mi amiga Mari, quien para esa época se hallaba en la Isla de Margarita, por lo que la llamada no cayó. Tuve que llamar a mi mejor amigo y al atenderme, lo saludé con esa frase tan bella, y que ilumina aun mi vida: «Amigo, soy padre». A mi poética frase le siguieron varios ruidos detrás del teléfono, y después oí la voz de mi amigo quién, casi sin aire me preguntó: «¿Te violaron, amigo? ¡Es algo imposible de creer!». Y la verdad es que me reí tan fuerte, que media plaza volteó a verme como si fuera un loco. Así que le respondí que, en efecto, había ocurrido en mí el mismo milagro que le ocurrió a la Virgen María, porque iba ser padre sin haber procreado.
Ser padre luego de la finalización de una larga relación debe presentar un reto enorme.

Me detendré aquí para hacer una pequeña aclaratoria. Mi última pareja y yo tuvimos 11 años de relación, y habíamos pensado irnos a vivir juntos. Dentro de nuestros sueños, estaba también el de ser padres (sí, ser una pareja gay con un hijo). Y lamentablemente, por situaciones de la vida, y unos cuantos motivos, yo decidí romper con él… cosa que no tomó muy bien. El caso es que terminamos hace un (1) año antes de enterarme que iba a ser padre; y al saber la agridulce noticia, inmediatamente sentí un nudo en la garganta. Bien que lo dice la cantante Adele en su canción «Someone Like You»: «I heard that your dreams came true…». Visto desde la perspectiva del destinatario de la canción de Adele, sí, mi sueño se había cumplido, y en ese momento estaba con alguien nuevo. Pero no era la persona que yo amaba. Por eso aquí viene una segunda reflexión.
La vida no es más que un viaje en tren.

La vida es como un tren, en el cual se van montando distintas personas que te van a ir enseñando lo que necesitas aprender. A veces los métodos de enseñanza de estas personas son buenos. Otras veces son muy duros. Tú puedes decidir si lo aceptas o rechazas su manera de enseñarte las cosas, pero el aprendizaje queda. Y como todo tren, hay muchas estaciones. Algunas personas suben al tren, otras se bajan después de haber llegado a cierta estación. Otros deciden no bajar, y quedarse contigo, acompañándote en ese largo viaje. Y es en esas estaciones en donde conoces a los grandes amigos, o al amor de tu vida. Aunque también, a las personas que se bajan hay que agradecerles que hayan llegado en ese momento preciso en el cual lo hicieron; y también que se hayan ido cuando lo hicieron, porque gracias a su partida, hoy otra persona ocupa ese asiento a tu lado en el tren, y resulta ser el mejor compañero que podrías tener para recorrer el viaje hasta la próxima estación.


Todos tenemos esos momentos en los que sentimos que el mundo se acaba, casi literalmente.

Y es así como te pregunto, mi querido lector: ¿Cuántas personas a las que sentiste amar se fueron, y tú te quedaste atado a su partida, sin ser capaz de ver más allá de lo que la vida te depara. Tranquilo, no te sientas mal. A todos nos ha pasado lo mismo (¡Hasta yo me anoto en esa lista!). Porque dejar ir es muy difícil. Tanto así que incluso puedes llegar a pensar que dejaste ir, y en realidad no has contactado bien con el asunto, sino que te refugias en un mundo de mentira. Y te digo esto porque a mí mismo me tocó conocer la diferencia entre ambas cosas a raíz de la llegada de mi hijo a mi vida. Quédate conmigo para poder contarte de qué forma me enteré de que iba a ser padre, y las complicaciones que surgieron a partir de esa situación.

Seguimos en la próxima historia.

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