LA HISTORIA DE C.: PRIMERA PARTE - LA ENCRUCIJADA
NOTA:
La historia de C., 27, no es una historia común de migración.
Espero el lector sea comprensivo al notar que algunos detalles de la
vida de este personaje están difusos, y otros han sido cambiados, a
petición del entrevistado, para mantener su confidencialidad. A
medida que vayan leyendo verán el porqué de estas medidas.
El
relato de este joven comienza en la localidad de Guarenas, Estado
Miranda (Venezuela), de donde es oriundo. Hijo de padres divorciados,
contó prácticamente sólo con el apoyo económico de su madre a la
hora de estudiar en la universidad. Después, él mismo, con dos
trabajos –salía de uno y entraba en otro–, logró costearse sus
estudios y se graduó de Gerencia en Empresas Turísticas en una
universidad de Caracas. Comenzó a trabajar en su área, pero muy
pronto, como a muchos de los jóvenes de la diáspora venezolana, la
inseguridad le hizo plantearse la necesidad de irse del país.
Ya
antes de graduarse de su carrera, había tenido la oportunidad de
hacer unos cursos relacionados con su área en Europa, y se enamoró
perdidamente del continente. Por eso eligió como destino la ciudad
de Londres, ya que siempre había querido tener la experiencia de
vivir en una «capital del mundo», y además, para alguien que
estudió una carrera relacionada con el turismo, ¿qué mejor que una
ciudad tan cosmopolita y turística como Londres?
Para
el momento en el que C. se fue de su Venezuela natal, CADIVI, el
organismo nacional encargado de administrar divisas en moneda
extranjera, permitía que la gente que iba a estudiar en el
extranjero, comprara dólares a precio preferencial para su
manutención mensual y el pago de la matrícula universitaria. Si
bien C. había logrado reunir algo de dinero con los dos trabajos que
tenía, los precios del pasaje, más la matrícula universitaria y la
manutención, se escapaban de su presupuesto. Afortunadamente, C.
cuenta con una madre solidaria, que no dudó en endeudarse para
ayudar a su hijo a conseguir el pasaje rumbo al destino de sus
sueños. Sin embargo, la madre de C. es una persona muy humilde, y
sus posibilidades de ayudarlo económicamente alcanzaban hasta ahí.
Pero bueno, ya se las arreglaría él más adelante para cubrir sus
gastos.
Los
días previos a su salida, como los de muchos de los que emigran,
estuvieron atestados de despedidas de familiares y amigos, y
diligencias de última hora. Cuando por fin llegó el momento de
partir, dice que fue emotivo, pero no dramático, porque él
verdaderamente quería salir a explorar nuevos horizontes, y estaba
feliz de empezar una nueva vida. Recuerda que su último pensamiento
al elevarse el avión fue: «¡Qué miedito, pero aquí voy! Todo va
a estar bien».
Pero
lo que falta por decir en esta historia es que, si bien la
inseguridad y la prosecución de sus metas académicas eran razones
de mucho peso para irse del país, había algo más que impulsaba a
C. a irse: C. es homosexual, y deseaba estar en un lugar en el que no
se sintiera juzgado por su orientación sexual, y sobre todo, en
donde pudiera tener los mismos derechos civiles que la población
heterosexual. Al fin y al cabo, el joven sólo buscaba tener delante
de sí un futuro que le sonriera, en el cual pudiera sentirse libre y
pleno para poder desarrollarse de la mejor manera en todas las áreas
de su vida.
Y
con estas esperanzas, y una sola maleta, aterrizó en Londres.
Habiendo
viajado sólo una vez antes en su vida, C. estaba seguro de que en
cualquier momento lo iban a montar en un avión de vuelta para
Venezuela, por culpa de algún documento que capaz se había dejado
en casa, o porque su inglés era malo, o porque iban a confundirlo
con un terrorista, o quién sabe qué. El caso es que se sorprendió
mucho cuando, ya estando en el aeropuerto de Heathrow, los agentes de
migración le dieron amablemente la bienvenida a territorio
británico. Aquí comenzaba su nueva vida.
Consiguió
un pequeño «flat» en las residencias universitarias que se
facilitan a los estudiantes extranjeros, y comenzó sus clases de
postgrado en gerencia de empresas turísticas. Se sentía extasiado
ante la calidad de la educación que estaba recibiendo, y sorprendido
ante la calidez de sus compañeros, porque tanto los británicos como
los de otras nacionalidades (asiáticos, franceses, mexicanos,
españoles, italianos), estaban siendo extremadamente cálidos con
él. Todos amaban su acento, y siempre le pedían que les contara de
su país, a lo cual él accedía con gusto. A pesar de las
dificultades por las que pudiera estar atravesando Venezuela, él se
enfocaba en sus bondades: su gente, sus paisajes, su comida y sus
costumbres. Y más de uno quedó prendado de tan hermoso lugar.
Sin
embargo, entre las cosas que C. evitaba mencionarle a sus compañeros,
era que sus reservas económicas se hallaban en números rojos ya. A
escasos tres meses de haber llegado, C. se encontraba aún sin
trabajo. En Venezuela, a su madre no le alcanzaban los recursos para
hacerle llegar divisas suficientes que le ayudaran a mantenerse
mientras conseguía empleo, y él ya había gastado todo el dinero
que había traído pagando la renta de su departamento, y unas
mensualidades de la universidad.
Su
panorama se iba haciendo cada vez más oscuro, y la comida en su
despensa se iba agotando. Londres es una ciudad muy fría para un
natural de la calurosa localidad de Guarenas –que en sus días
templados puede estar en 30° C–. La necesidad de comprar un abrigo
más resistente que la humilde telita que había traído consigo, se
hacía imperiosa. Y así fueron pasando las semanas, entre escasez y
escasez, hasta que un día se vio con 4 libras en la cartera. ¿Pagaba
el pasaje hasta la universidad, o comía? Y por mucho que le dolió
perder el dinero invertido en un día de clases, su estómago le dijo
que, o comía, o fuera llamando a la ambulancia, porque ya no
aguantaba más. Y compungido, gastó sus últimas 4 libras en un
paquete de pasta y un bote de mantequilla, que conformaron su
almuerzo, cena y desayuno del día siguiente.
Y
fue ahí cuando C. decidió hacer algo que jamás se había
planteado, pero que ahora perfilaba como una salida a su urgente
crisis económica: vender su cuerpo.
En la próxima entrega, veremos como este caraqueño prosiguió con lo que sería la decisión más difícil de su vida, de forma de poder
sobrevivir en el extranjero y costearse sus estudios de postgrado.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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cuando viene la segunda entrega?
ResponderEliminar¡Uy Albany, disculpa la demora en contestar! La segunda parte ya está lista por aquí: http://llegandolejosve.blogspot.com.ar/2015/12/la-historia-de-c-segunda-parte-el-camino_5.html
EliminarY más tarde verás la tercera parte. Que con esta última nos tardamos un poco más.
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