CRÓNICAS MAITANAS: MONTEVIDEO ACCIDENTADO-PARTE I
Entrada del día 30/08/2015, 2:35 P.M.-Desde mi monoambiente,
Como
ya les había contado en las crónicas anteriores, mi vida en Buenos Aires ha estado marcada de un sinnúmero de peripecias y acontecimientos retorcidos, que me han conducido inevitablemente a desarrollar mi
capacidad de resiliencia, porque si no, ya estaría muerta. Entre los
eventos que he tenido que vivir, se cuenta el de mi segundo viaje a
Montevideo, el cual debí realizar para poder buscar remesas familiares.
Para
los que aún no saben, trabajo como niñera. El niño que cuido vive en el
segundo piso de uno de esos encantadores y antiguos edificios porteños
que no tienen ascensor, ni luz en los pasillos. O mejor dicho, sí tienen
luz en los pasillos, pero hay que presionar un botón, que permite que
la luz del pasillo se encienda durante 10 segundos. Obviamente, hay que
ir presionando el encendedor en cada piso, para evitar llegar a planta
baja a oscuras. Bueno, resulta que, a escasos dos días de viajar a
Montevideo, a mí me pareció que no era necesario que, después de haber
encendido la luz del pasillo en el segundo piso, lo hiciera también en
el primero, ya que por lo general, bajo las tortuosas escaleras de
caracol del edificio bastante rápido. Craso error.
Faltando
sólo 4 escalones para llegar a planta baja, la luz del pasillo se
apagó, dejándome sumida en la (desde el punto de vista subjetivo de
alguien que quedó encandilado) más absoluta oscuridad. Mi temporal
desorientación me hizo calcular mal el próximo paso, por lo que pelé los
últimos tres (03) escalones del tramo. Di una vuelta torpe sobre el
tobillo izquierdo, intentando encontrar algún asidero en mi desesperada
caída. Cuando no encontré de dónde agarrarme, comencé a aletear con los
brazos –la verdad no sé para qué… sería a ver si por algún milagro
divino, alzaba vuelo y me salvaba del inevitable golpe–. El aleteo, como
se imaginarán, no funcionó para levantar vuelo, pero al menos el
movimiento de mis brazos me hizo reconocer por tacto que mi accidentada
trayectoria me estaba conduciendo a una pared. Así que giré mi cuerpo
para evitar pegar la cara contra el cemento y volver a partir mis lentes nuevos, que tanto me habían costado conseguir. Después de lo que parecieron los segundos más largos de mi
vida, logré hacer contacto con tierra, aterrizando aparatosamente sobre
mi tobillo derecho y pegando el hombro del mismo lado contra la pared.
El logro fue que pude girarme lo suficiente como para evitar el impacto
que iba dirigido a mi cara y desviarlo hacia el hombro. De todas formas,
quedé tirada en el piso cual plátano en sartén.
Me
senté en el último escalón de la mortal escalinata, para hacer el
recuento de daños. Me di cuenta de que ambos tobillos me estaban
matando, pero podía caminar relativamente bien. Las rodillas me dolían,
pero tampoco parecía ser nada de gravedad. El hombro, dentro de todo,
estaba bien. Y lo mejor de todo, nadie me había visto perdiendo el
glamour de esa manera tan indigna. Así que me levanté, nuevamente muy
regia y muy divina, y marché cojeando las 3 cuadras desde mi trabajo
hasta mi casa.
El
problema era que al día siguiente, tenía ir a Migraciones, para
preguntar qué había pasado con mi residencia precaria, que no había sido
renovada y por lo tanto, no iba a permitírseme salir del país porque mi
tiempo de estadía en el país como turista ya había expirado, y el
documento que me identificaba como residente temporal argentino,
también. Así que ahora, en mi condición de politraumatizada, la
diligencia hasta la sede de Migraciones (que queda muy lejos de mi
casa), se iba a hacer bien compleja.
Como
ya el lector sabe, no me dejé amilanar por esas cosas, y le pedí a una
amiga –el regalo más bonito que me dio Chihuahua, México–, que me
acompañara al día siguiente a realizar mis trámites. Y menos mal que
vino conmigo, porque el día se puso bien cuesta arriba.
Fuimos
a comprar primero unas vendas para mis dos tobillos, que ya parecían
dos patitas de cerdo, pero estaban funcionales. En plena diligencia, me
di cuenta de que había dejado en casa unos documentos importantes que
probablemente me pedirían en Migraciones, así que nos tocó devolvernos a
casa y, sin almorzar, lanzarnos a la institución en cuestión. Al menos
en casa me coloqué las vendas, y pude desplazarme con mayor elegancia.
A
todas estas, la Dirección Nacional de Migraciones atiende a partir de
las 2:30 P.M., y yo tenía que ir a buscar al niño que cuido a su escuela
a las 3:30 P.M. Cuando yo llegué, a las 2:00 P.M., ya la cola era
kilométrica, y como no sabía cuánto tiempo iba a durar ahí, le avisé a
la mamá del niño que era posible que lo buscara tarde. Por supuesto, mi
falta de anticipación para avisarle acerca de si saldría a tiempo o no
para buscar a su hijo, alarmó a la madre; y por lo tanto, yo me alarmé
aún más. Para complicar las cosas, uno de los funcionarios me informa
que mis antecedentes penales venezolanos se hallaban vencidos para el
momento que tramité mi DNI, en abril; y a eso se debía la demora en
entregarme el documento. Yo tenía que entregarle a Migraciones unos
nuevos antecedentes penales venezolanos vigentes –que obviamente no
tenía a la mano–, para poderme renovar la residencia precaria. Y a pesar
de que le comenté al señor que yo tenía un pasaje para viajar al día
siguiente, y que debía resolver mi situación cuanto antes, el hombre,
cansado de ver gente que como yo, dejaba a última hora sus trámites –o
más exactamente, pensaba que todo era una simple demora y no que había
algún documento por entregar–, me indicó agriamente que me dirigiera
nuevamente hacia otra cola kilométrica, y, sin más ceremonia, pasó al
siguiente de la fila.
En
eso pasé alrededor de 30 minutos, y al ver que era probable que no
llegara tiempo a mi trabajo, y que por lo tanto, haría que la madre del
niño tuviera que pedir la tarde en el trabajo que recientemente había
conseguido, entré en franca desesperación. Afortunadamente, como les
comenté, México me ha enviado en préstamo a mi amiga Isis, quién tiene
un carácter que rivaliza con el picor del más endiablado chile mexicano;
y al verme bloqueada, se fue a encarar al funcionario que me había
atendido previamente. Y no sé qué le diría, porque yo permanecí en la
cola, pero asumo que el pobre hombre, intimidado, resolvió que lo mejor
que podía hacer por proteger su integridad física era darle a Isis la
información que «se olvidó» de darme en primera instancia, y decirle que
yo podía pagar una habilitación de salida, que era un documento que me
permitiría entrar y salir legalmente del país.
Para
resumir el cuento, gracias al carácter de Isis, logré obtener mi
habilitación de salida del país, y llegar a buscar al pobre gordito a
las 4 P.M. Después de tranquilizarlo y decirle que no me había olvidado
de él para siempre, lo llevé a su casa, en donde lo cuido hasta que
llegan sus padres, sólo para darme cuenta de que había dejado en mi
casa, las llaves de casa del gordo. Todo esto no representaría mayor
problema, si yo no llevara 7 horas sin comer, y tuviera los dos tobillos
esguinzados, y un niño de 4 años al cual llevar de la mano, con una
mochila pesada (para su cuerpito), y varias capas de ropa encima. Las
tres cuadras de distancia que hay entre la casa del gordo y la mía, se
me hicieron eternas. A razón de un año por cada cuadra, más o menos. Aun
así, tuve la presencia de ánimo como para mantener una animada
conversación con el gordo acerca de si sería mejor tener un dragón de
mascota o un tigre. Una vez en mi casa, procedí a buscar las llaves, y
de una vez aproveché para hacer mi maleta, que aún no la había hecho.
Afortunadamente, el niño colaboró conmigo y esperó a que yo terminara de
empacar. Después, emprendimos de nuevo el eterno viaje de tres cuadras
hasta casa del gordo.
Llegué
con la lengua de corbata al departamento del niño, corriendo porque el
señorito había elegido que el mejor momento para notificarme que se
estaba haciendo del «número 2» con URGENCIA, era cuando íbamos a mitad
del camino. Una vez en su casa, lo dejé en el baño para que atendiera
sus asuntos, y esperé pacientemente, al borde de la hipoglucemia, a que
terminara. Y después de despachar ese asunto, fue que por fin pude
sentarme a almorzar. Faltaban 10 minutos para las 6 de la tarde.
Cuando
terminé mi horario laboral, decidí que no podía irme un fin de semana y
dejar la casa sucia. Así que me dediqué a la tarea, a las 8:30 P.M., de
limpiar todo mi apartamento. Lo bueno es que es tan pequeño, que se
limpia muy rápido. Lo malo era que yo iba a paso de tortuga coja, por
mis traumatismos. Pero logré dejar mis aposentos limpios y relucientes,
como a mí me gusta, antes de ¡por fin! dar por terminado tan cansino día
y acostarme, porque al día siguiente debía estar a las 6 A.M. en el
Buquebús, para partir, por segunda vez en 5 meses, a Montevideo.
5:45 A.M. Desde mi departamento, antes de viajar. Parece un buen augurio.
¡Y
ni les cuento lo que mejoró mi viaje, después de tanta peripecia para
poder salir del país! O sí les cuento, pero en la siguiente crónica…
¡Hasta una próxima edición!
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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A espera de la parte II!! Ya me puse al dia con las Crónicas Maitanas!!! :D
ResponderEliminarNos está haciendo esperar Yre, la tendremos para la semana que viene jajaja.
EliminarY ¡excelente que te hayas puesto al día con las Crónicas! hay material para rato y todavía es que se viene lo bueno jajajajaja.